Ana María Lozano, curadora

Cecilia Ordóñez: tras el movimiento de la naturaleza

Cecilia Ordóñez inició su presencia en el panorama artístico de Colombia en la década de los setenta. Desde entonces y a lo largo de su vida artística, su trabajo se ha regido por dos coordenadas que ha seguido incansable a lo largo de los años.

Por una parte, su actitud indagadora y sistemática la ha conducido a desarrollar una labor de investigación respecto a los materiales con los cuales trabaja, esa rara tensión entre tierra, fuego, tiempo y química, elementos fundamentales, cercanos a la obsesión antigua del alquimista. En este caso, el método de conocimiento tras el ejercicio de experimentar continuamente, hacer hallazgos, y también errar, es siempre inagotable; aguarda, tras cada investigación, un nuevo riesgo y múltiples posibilidades. Ese rigor ha traído consigo para Cecilia Ordóñez un dominio virtuoso del quehacer, un diálogo sabio con los azares, infaltables cuando de cerámica se trata, una capacidad de recoger y potenciar los resultados nuevos dentro de cada investigación.

La actitud de observación atenta, respecto a la naturaleza y a sus peculiares comportamientos, conforma el segundo eje desde el cual puede ser vista su obra. El resultado de esta mirada es el establecimiento de un diálogo permanente entre ésta y las formas orgánicas; la identificación de la manera de operar y de esculpir que tienen algunos animales; las dinámicas del aire en su desgastar continuo y paciente de la roca; el agua y su capacidad de modelar, lijar, suavizar, de transformar el material, aun el más duro. El tiempo y su capacidad de grabar en la tierra, de volver perenne lo desaparecido, de inmortalizar lo muerto.

Es el caso de la última etapa de su trabajo, producida tras el fuerte impacto que en la artista ejercerá una experiencia de buceo. A partir de ese momento, las formas marinas emergieron, para volverse parte de su trabajo. «La idea vino del mar», exposición individual llevada a cabo en Bogotá en el 2003, da cuenta de ese interés. Los relieves, que figuraron en esta etapa de su proceso, mostraban igualmente las ondulantes conformaciones del material, las sinuosas y caprichosas superficies que tanto harían pensar en miradas aéreas al paisaje, a las superficies, a diversas geografías, al océano mismo.

Hoy día, en un ambicioso proyecto que se encuentra en proceso y del cual hacen parte las obras que se reproducen en esta edición, Cecilia Ordóñez trabaja un nuevo material para ella, la porcelana. Empleando diversas combinaciones y mezclas, tanto como trabajando con tensiones y reacciones, Ordóñez se enfrenta a una forma de operar lenta y dispendiosa. De allí sale su serie de «bichos» marinos, elementos parecidos a anémonas, quizás a estrellas cristalinas, a esponjas de mar o a corales. Las obras, esta vez, irradian luz desde adentro. La luminosidad de la porcelana, la traslucidéz y finura características del material, han logrado ser potenciadas por la artista colombiana. Las piezas se pueden descifrar a través de hablar de formas ondulantes y dinámicas; movimientos orgánicos, fugitivos, estructuras mutables, flexibles y blandas. El cobalto, los pequeños elementos vítreos, producen en la superficie accidentes, datos texturales suaves y armoniosos.

Otra serie, trabajada de manera simultánea, y que uno podría denominar «enredos» de forma algo sugestiva y juguetona, conforman una segunda línea de investigación. En este caso se trata de estructuras crecientes, asimétricas y orgánicas, igualmente llevadas a cabo en porcelana. Las piezas, de estructura lineal, se construyen de manera ardua y dispendiosa. Sus ramificaciones se llevan a cabo por sectores, a los que poco a poco se va anexando un nuevo sector, una nueva ramificación. De argamasa sirve la misma porcelana. Así, el crecimiento de la pieza se asimila al crecimiento lento del coral, en un proceso que podría calificarse de acumulativo. El formato mismo, el tamaño de cada uno de los «enredos», habla de superposiciones temporales, de fragilidades conectadas, de la solidez que la suma de esas fragilidades produce.

Una obra en crecimiento constante refleja el trabajo de esta artista, la belleza formal que encierra, la cuidada contención que la produce. De este trabajo, producto de toda una vida de indagación, emergen sutiles conexiones. Como el de aquellas existentes entre el hacer del artista y el hacer de la naturaleza misma.